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17 junio, 2017“Trátame como un empleado de tercera categoría y actuaré como un empleado de tercera. Trátame como un empleado de primera y me comportare como un empleado de primera, o al menos daré lo mejor de mí en forma sincera y honesta”.
Interesantes investigaciones de vanguardia, llevadas a cabo por prestigiosas instituciones (Universidad de Princeton, Universidad de Chicago, Centro Biológico de la Universidad de Arizona, entre otros) han evidenciado como los pensamientos producen efectos significativos tanto en organismos simples como más complejos. De hecho, se afirma que las intenciones y los pensamientos no son sólo una cosa, sino que son una cosa que influye en otras.
Lo que me invita a pensar que si todos absolutamente todos nos inclináramos por pensamientos positivos acompañados de buenas intenciones, tanto hacia nosotros mismos como hacia el mundo y sus integrantes crearíamos una realidad más acorde a nuestra naturaleza esencial invariablemente integra plena y consciente.
La verdad es que da mucho para reflexionar, sobre todo, teniendo en cuenta la responsabilidad que tendríamos que asumir delante de nuestros pensamientos y su capacidad para influir en nuestra construcción de la realidad.
De hecho, en un novedoso estudio llevado a cabo por William Braud, director del departamento de Psicología experimental de la Universidad de Iowa, se comprobó que el envío de mensajes de relajación y bienestar a un grupo de personas eran similares a los que se producían en las mismas personas cuando se les inducia a un estado de relajación a través de entrenamiento. En ambos casos los resultados eran medidos a través del biofeedback, un instrumento que nos permite medir las variaciones en determinadas variables fisiológicas como la actividad eléctrica cerebral, la conductancia de la piel o el ritmo cardiaco e informarnos, de manera simultánea, los avances que se van sucediendo en el proceso de relajación. Esto nos lleva a concluir que las buenas intenciones (en este caso, serenarte o relajarte) de otro hacia ti pueden ser tan poderosas como las tuyas propias. Como afirmó, en su día, el Dr. Gary Schwarm del Centro Biológico de la Universidad de Arizona: “cada intención hacia otra persona podría tener su propia contrapartida que sería registrada por su receptor como un efecto evidente”.
De hecho, la profecía autocumplida, también conocida por “el efecto pigmalion” nos explica que cuando tenemos un pensamiento (una creencia) firme al respecto de algo o de alguien, ésta acaba cumpliéndose. Dicho de otra manera, nos viene a explicar cómo lo que pensamos termina afectando a lo que nos sucede. Cuando nos convencemos de que una situación determinada tiene un significado concreto, independientemente de que lo tenga o no, adaptaremos nuestro comportamiento a esa percepción, con consecuencias en el mundo real.
El efecto Pigmalión, es algo decisivo para nuestro desarrollo personal y/o el profesional. Cuando se confía en nosotros y se nos alienta (con intención) desde la confianza en nuestro valor, es muy probable que demos lo mejor de nosotros. Muy al contrario, si se desconfía y se duda de nuestra forma de actuar es igualmente probable que, actuemos por debajo de nuestra capacidad real como consecuencia del desaliento (intención) de los demás hacia mí.
En el Journal of the American Medical Association pude leer que la salud y la patología psíquica son tan contagiosas como una sonrisa o como el sarampión tal y como se evidenció en los trabajos llevados a cabo por Robert Jahn, decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Princeton, y Brenda Dunne, directora del Laboratorio de Investigaciones Anómalas de la misma universidad. Evidentemente, es importante destacar que el contagio puede producirse en dos sentidos. Podemos ser influidos por los demás tanto en positivo como en negativo.
En el mundo de las organizaciones ocurre algo parecido. Dice la frase: “Trátame como un empleado de tercera categoría y actuaré como un empleado de tercera. Trátame como un empleado de primera y me comportare como un empleado de primera, o al menos daré lo mejor de mí en forma sincera y honesta”. Lo mismo podríamos decir de la medicina, cuando la visión fatalista de los profesionales de la salud entorpece la recuperación del bienestar ante el determinismo del diagnóstico. En muchas ocasiones hace más daño la palabra que la propia enfermedad.
Por otro lado, somos libres de desear, somos libres para soñar. Pero si nuestro deseo no se convierte en intención, en un propósito de alma, desde la libertad de “ser” mi sueño jamás será alcanzado y quedará encerrado dentro de lo que hubiera podido ser y nunca será. El deseo nos mantiene en lo que no tenemos y deseamos, mientras que la intención abre las puertas a la voluntad para actuar. Y lo mismo podríamos decir de aquellos que pretenden apoyarnos en nuestros sueños. De lo que nos trasmiten a través de sus propias intenciones.
Cómo y de qué manera apoyamos o guiamos a los demás puede tener una influencia significativa en la materialización de su sueño, facilitando o entorpeciendo su camino hacia la auténtica realización personal, aquella que está cargada de buenas intenciones y es capaz de expresar lo mejor de nosotros mismos.
¿Es mi intención, al aconsejarte o guiarte que alcances tu propio sueño? ¿O es mi deseo, al aconsejarte o guiarte, que lo que alcances sea mi propio sueño proyectado en ti?
Y podríamos seguir:
¿Es mi intención amarte o es mi deseo poseerte y compensar mis anhelos afectivos
¿Es mi intención apoyarte o es mi deseo satisfacer mis necesidades egoístas?
¿Es mi intención orientarte desde la libertad de ser o es mi deseo dominarte para que cumplas mis expectativas?
¿Es mi intención facilitar tu camino o es mi deseo frenarlo, a causa de mis propios miedos?
A que responden nuestras intenciones es una pregunta que deberíamos hacernos antes de realizar cualquier elección de vida.
Es cierto que podemos cuestionarnos el significado de lo que es bueno y lo que es malo, como dice mi buen amigo y compañero Sergio Blancafort, ambos términos son susceptibles de subjetividad. Pero para no dejarnos adormecer por la lingüística podríamos optar por referirnos a las intenciones diferenciándolas entre intenciones inconscientes (las que se basan en la satisfacción de las necesidades más básicas y en el “todo vale” en respuesta a mis caprichos ordinarios) intenciones subconscientes (que responden a nuestras insuficiencias afectivas y condicionadas a nuestra historia personal) e intenciones conscientes que te elevan por encima de lo superficial y aparente y te permiten alcanzar la plenitud interior desde la libertad de ser.
¿Qué pasaría en un mundo donde todos estuviéramos guiados por intenciones verdaderamente “conscientes” dirigidas a la libertad de ser?
¿Te imaginas un mundo con “pureza de intención”, en todos los ámbitos de la existencia? (personal, familiar, organizacional, político-social)
Lo dejo en interrogante para que cada uno se responda.
Emma Barthe
http://www.arise.pro/a_proposito_de_la_intencion/